Compartimos una extraordinaria narración de la pluma de Gustavo Zamudio recordando aquella memorable pelea.
Córdoba se mostraba conmocionada por la visita del presidente de Francia, el general Charles de Gaulle, quien andaba de gira por Sudamérica. El miércoles 6 de octubre de 1964 hizo escala en la ciudad mediterránea y los vecinos se volcaron a las calles para saludarlo junto a los anfitriones, el gobernador Justo Páez Molina y el presidente de la Nación Arturo Humberto Illia.
La férrea guardia de seguridad que acompañaba a De Gaulle había solicitado el edificio más seguro para que allí descansara esa noche. Las autoridades locales dijeron que el lugar adecuado era el Palacio de Tribunales, en pleno centro, a una cuadra de la Cañada, enfrente del Paseo Sobre Monte. Allí se sirvió el banquete principal y allí durmió el visitante ilustre.
Los medios destacaban con grandes titulares y fotos su paso por La Docta y también reflejaban algunos escandaletes que sucedieron en las calles. El diario La Voz del Interior no utilizó demasiados giros idiomáticos para describirlos: «Ha sido denigrante para la población cordobesa, y para la ciudad misma, el oprobioso espectáculo provocado por elementos peronistas regimentados, con motivo de la visita del presidente de la república francesa a Córdoba».
Tres días después se asentó la polvareda. La ciudad volvió a su rutina y como todo viernes, la cita obligada era el Córdoba Sport Club, el máximo reducto que tuvo el boxeo cordobés, sobre la calle Alvear, a metros de la avenida Olmos.
La pelea de fondo no presentaba figuras rutilantes, daba lugar a un choque en categoría mediano que enfrentaba a dos pegadores, un riocuartense por adopción llamado Alberto Massi y un santafesino que no era muy conocido todavía y a quien los organizadores y los medios de prensa promocionaban como Luis Monzón.
En la previa se hablaba de un combate explosivo y de final rápido. Los pronósticos no imaginaban que se completaran los diez rounds pactados.
Ya con los dos pugilistas sobre el ring, llamó la atención a los presentes, tanto periodistas como aficionados, un detalle bordado en la bata del visitante. Incluso en el comentario que publicó al día siguiente el diario Los Principios se hacía referencia: «el santafesino Luis Monzón (su bata tenía estampado Carlos)…». Curioso. Así de desconocido era él por aquellos días.
La pelea fue pareja, comenzando Monzón con la iniciativa aunque le costó imponer su jab de izquierda porque en base a movilidad y guapeza, Massi, de menor talla, lograba filtrar sus envíos por dentro y vulnerar el intento del visitante de hacer valer su mayor alcance de brazos.
El combate llegó a la parte final con cierta paridad, pero en los rounds ocho y nueve ´Pirincho´ Massi consiguió ventajas que al final serían el fundamento de su victoria.
Hoy, medio siglo después, el riocuartense recuerda esos seis minutos decisivos no sólo del pleito sino de toda su carrera: «Salí a buscarlo y coincidió que Carlos se mostraba agotado. No hay que olvidarse que éramos jóvenes profesionales y ni siquiera sabíamos regular las energías. La verdad, era todo parejo, hasta que logré meterle una derecha potente».
En el noveno, esa mano de Massi explotó en el rostro de un Monzón que la sintió como pocas veces. Su cuerpo se encorvaba y tomaba destino de piso pero logró manotear en el camino a ´Pirincho´, abrazándose como a un rencor.
Los Principios así describió ese pasaje: «En la penúltima vuelta fueron dejados de lado los esquives y quites. Todo se redujo a forzar los acontecimientos con decisiones desmedidas y ánimos generosos. En ese terreno alcanzó Massi al valeroso rival con una derecha suficiente para derribar una columna de cemento. llegó luego de punta y con todo el peso de 72 kilos a la barbilla de Monzón, que tras de ser sacudido como por una corriente eléctrica que hizo vibrar su humanidad de la cabeza a los talones, lo dobló como camino a la lona. No cayó empero el visitante y enderezándose, se amarró al cuerpo del terrible pegador superando el mal momento. Fue el mejor golpe de la noche y el que señaló la victoria».
El último round fue parte de las obligaciones que había que cumplir para terminar la contienda, que terminaría siendo una victoria para Massi, por puntos. Todos coincidieron en que fue justo el resultado y que se terminó definiendo por esa derecha que conectó en el noveno capítulo.
Ni el más aventurero o soñador podía imaginar esa noche que sobre el mítico ring del Córdoba Sport Club, el ganador terminaba de vivir el momento deportivo más trascendente de su historia, y el perdedor iba a recuperar su camino para transformarse en el máximo boxeador argentino de todos los tiempos y en uno de los peso medianos más grandes del universo. Así es la vida muchas veces.
Monzón y Massi volverían a enfrentarse tres veces más con victorias para el santafesino. Compartieron viajes, concentraciones y cuando Carlos ya era una enorme figura y a nadie se le ocurría llamarlo Luis, pasó varias veces de visita por el barrio Alberdi de Río Cuarto para saludar a su viejo rival. «Carlos tenía campos en San Luis y cuando andaba por la zona de paso solía venir a mi casa y siempre mi mujer se ponía a cocinar algo. Hasta una vez llegó con Susana (Giménez), imaginate el barrio…», recuerda ´Pirincho´, a quien Monzón llamaba cariñosamente ´Cabezón´. Y agregó: «Carlos me quería pero no era un hombre que expresara demasiado sus afectos; también recuerdo las cartas que nos escribíamos cuando él estuvo preso».
Hoy Monzón es una marca registrada, un adjetivo calificativo, una leyenda fundamentada con hechos históricos y estadísticas que le permitieron trascender y ser reconocido en todo el mundo. Mientras que Massi sigue en el mismo barrio, caminando por las mismas calles que lo vieron desde joven. Cuando uno inicia una conversación con él se muestra serio y con un tono de voz que parece de pocos amigos. Pero no tarda en desempolvar la sonrisa sincera, cálida y se da el gusto de escarbar en su memoria y recuperar aquel viernes 9 de octubre de 1964, cuando el destino le preparó una velada para que recordara toda su vida. Pocos pueden experimentarlo. ´Pirincho´ es uno de ellos, pero nunca se la creyó aunque pueda darse el lujo de decir: «Yo le gané a Monzón».
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